Del Betis y otras cosas.
Una vez le preguntaron a Ángel
Cappa qué era jugar bien al futbol; la respuesta de éste al periodista fue algo
así: “¿Ha visto usted jugar a la selección española? la de Luis Aragonés o la
de Vicente del Bosque en el mundial de Sudáfrica. Pues eso es jugar bien al
futbol, ahora defínalo usted tácticamente si quiere”.
Comienzo con esto para tratar de
definir, lo más acertado que me permite mi conocimiento, lo que ha ocurrido y
ocurre en el Real Betis.
No hace más de 4 años y medio el
equipo de la Palmera se debatía en duelos con rivales como el Llagostera,
Mirandes y otros ilustres más de la segunda división B que de una liga
profesional. Por aquellos años su juego era una amalgama de pases hacia el infinito
y cierta apetencia porque los dioses hicieran caer el balón al delantero de
turno que, no sin antes, la parroquia verdiblanca entonara para sus adentros
diversos rezos a lo divino para que con su surtido efecto acabara en el fondo
de la red contraria, sin más alardeo que ese extraño, al menos para mí lo es,
estilo de juego que bien es cierto es lícito pero terriblemente perjudicial
para el futuro del espectador de este deporte.
Sin embargo, hoy en día, la
puesta en marcha de una idea desde el cerebro de cierto entrenador adiestrado
en las artes de la sabiduría y el conocimiento de lo lógico –por lo visto el
tipo es un hacha en el ajedrez- que caló tímidamente en futbolistas que habían
perdido la esperanza de volverla a tocar, y a tocar, y tocar para su propio
divertimento y no para la, a veces, enfurecida masa que se agolpa en el
extrarradio del terreno de juego y que; y esto va a molestar mucho, solo un 10%
si cabe, saben realmente de que va este juego, ha sido traducida mágicamente a
estados de éxtasis como el tremendo baño en San Siro a un desnutrido Milán o el
asalto al trono del Rey Leo(n) en su propia casa.
Quien de los cientos de miles de
“criaturas” béticas hubiera reportado un NO rotundo a la firma de un imaginario
contrato que situara a su equipo del alma en una semifinal de Copa, en los
octavos de la UEFA League y en pleno marzo a pocos puntos de la UEFA Champions
League. Ni en el mejor de los sueños, de esos que ocurren en la siesta de un
sábado por la tarde y después de un salmorejo fresquito, se lo hubieran
imaginado.
Así pues, me he propuesto
desgranar este asunto, no sé si por aburrimiento o porque la mañana de este uno
de Abril se ha despertado lluviosa y desangelada, circunstancias que
particularmente me invitan a escribir.
Quique Setien entiende este juego
como lo hicieron Luis Aragonés y Vicente del Bosque en la selección, como lo
entiende Pep Guardiola o como lo hará Xavi Hernández, pero existen dos
problemas principales y es que por muy bien que te salgan las paellas, si no
tienes todos los ingredientes y los más buenos difícilmente estará lo suficientemente sabrosa; no creo que sea necesario explicar que el presupuesto que maneja
Lorenzo Serra no le da para ir al supermercado donde van los ingleses y
franceses de padrinos árabes.
La concepción de una idea no te
lleva al completo éxito si no es consensuada y sobre todo ejecutada por los que
deben realizarla y ahí entra el verdadero paradigma de este o cualquier otro
deporte: EL TALENTO.
Un talento que viene a partes
desiguales entre lo innato y la mejora sustantiva que te proporciona la
búsqueda en cada entreno, partido o visualización de otros que están más cerca
de la perfección.
El segundo problema es que toda idea brillante debe tener un plan “b” para que en caso de neutralización, por parte de la competencia, no nos cueste demasiado separarnos de ella dado el amor que le profesamos –tengo un buen amigo que siempre me dice que no me enamore de un proyecto por si algún día me abandona, no lo llore demasiado—
En este sentido le pondré un
punto sobre las pocas íes que tiene Quique, y es que defender tu idea es tan
vital como hacer un ejercicio de autocrítica y darse cuenta de que a veces es
demasiada hipoteca. He visto partidos en los que en el minuto 70 ya había
triunfado su concepto y que a partir de ese momento la distorsión de ese criterio
no le hubiera relegado a un estado de traición a su propuesta si no a la eficaz
sutileza de postergar su juego para la conclusión resultadista que te puede
ofrecer la defensa de un marcador favorable.
Pero en definitiva, se me antoja
un Betis diferente nunca antes visto, teniendo en cuenta las épocas, que está
más cerca de un juego casi utópico que del ostracismo de hace muy poco, y muy próximo a las sensaciones que despertaron
en nosotros los estilismos de la selección de Luis y Vicente. Un Betis seguido
y aplaudido por personajes de sobrados conocimientos en estas lides cuyos
triunfos fueron y van acompañados de ese sistema entramado de pases y controles
que tanto gustan a los Guardiolistas, Xavistas e Iniestistas…casi ná.
No digo que haya que agasajar con flores de colores a Quique como se hizo con Rogelio Sosa en su época de jugador --grande entre los grandes-- pero no estaría de más atribuirle, de momento, que ver al Betis siempre resulta como mínimo atractivo, lo suficientemente productivo y alguna que otra vez nostálgico; nostalgia de fútbol, de buen fútbol.