El aula con el techo de nubes
Es cierto que el mundo está
cambiando en todos los aspectos, de eso no hay duda.
Hoy en día el talento se
encuentra en la boca de metro de una ciudad, guitarra en mano, caja de zapatos
con algunas monedas a los pies y una desgarradora voz que entra y sale de los
oídos de los viandantes sin que éstos le presten la menor atención; sin embargo
en televisión sale el hijo de alguna pseudofamosa cantando como si fuera el
mismísimo Frank Sinatra --una buena mesa de mezclas hace milagros-- y con
millones de seguidores adorando al becerro
de oro cual paganos en el Éxodo judío.
Quedamos para tomar una cerveza y
hablamos más con la persona que está al otro lado de nuestro WhatsApp, perfil
de Facebook o Twitter que con la persona que tenemos en frente; que digo yo,
que si tan importante es la conversación ¿por qué no la invitamos a que venga?
Lo miremos como lo miremos
estamos dejando un legado poco propicio para las relaciones humanas; esas en las
que nos mirábamos a la cara y sabíamos lo que el otro quería decir con sólo ver
los gestos de los semblantes; y no ahora que hay que adivinar la
intencionalidad del tono de la conversación por medio de un mensaje escrito…os
acordáis?
Pues algo parecido está
ocurriendo en la formación de los niños.
Hay una estupenda universidad muy
cerca de las casas de todos. Se llama CALLE… o campo, parque o plaza.
Una universidad en la que la
educación, aparte de ser gratuita, es autodidáctica, descubridora por sí misma,
interactiva hasta la saciedad --o hasta la hora de la cena al menos-- en donde
la razón, el intelecto y el juicio son asignaturas ineludibles, las cuales se
aprueban a base de errores y discusiones pero sobre todo con camaradería,
lealtad, cariño y con risas –poderosa herramienta ésta donde las haya--.
No recuerdo haber visto el último
grupo de niñ@s jugando al fútbol en una plazoleta con dos piedras como portería
y una marabunta de colores corriendo de un lado a otro, siendo imposibles de
identificar los equipos para el espectador que merodea “el estadio” pero
claramente reconocibles por ellos.
La libertad que ofrece jugar sin
condiciones establecidas y parametrizadas ostenta el mayor grado de aprendizaje
para los más pequeños. No hay mejor camino para aprender algo que descubrir
cómo no se hace.
Privarlos de este paraninfo
cubierto de un techo de cielo azul y nubes, y con el suelo de adoquines o
tierra, dejará en evidencia nuestro poco apego por un ritual que todos hemos
pasado con éxito, pues sabemos que es la mejor de las escuelas pero que se nos
ha olvidado mostrar a nuestra descendencia.
Entre las clases de refuerzo, las
de inglés y la maliciosa carga de deberes lo tienen crudo, lo sé, pero
deberíamos encontrar maneras, huecos o resquicios en nuestros quehaceres para
darles la oportunidad de recibir esta clase magistral que es la CALLE.
Sé que esto no lo va a leer nadie
del ministerio de educación de este país --tendrán cosas mejores que hacer,
quiero pensar-- pero ¿qué tal menos deberes y más tiempo para jugar?
Y recuerden...disfruten del partido.
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