Lo que mi padre me contó sin decir nada
¿Se ha preguntado, alguna vez,
por qué su hijo quiere ir a una escuela de fútbol?
¿Se ha parado a pensar por qué
quiere usted que vaya?
¿Cuál es el objetivo de su hijo? Y
sobre todo ¿cuál es el suyo?
Si alguna vez ha pensado, o está
pensando, en llevar a su hijo a una escuela de fútbol para que aprenda a jugar
a este deporte, o lo que es peor, para ver sí es capaz de ser futbolista profesional,
deje que le diga que está cometiendo un error.
Lo lleva porque vive en una parte
del mundo donde el fútbol es, no solo el deporte rey, sino que coexiste en una
sociedad en donde el futbolista y su entorno conviven en una atmósfera idólatra
que mueve la sensación de triunfo como si de un galeón lleno de oro se tratara
y que por ende, lo desea más el padre que el propio hijo, por aquello de la
consciencia que posee el progenitor de la situación del mundo que le rodea.
Si; su hijo le dijo un día que
quería que lo inscribiera en la escuela de fútbol de su ciudad o pueblo, pero
nunca le dijo que le gritara a él, al entrenador o al contrario. Ni tampoco le
comentó que no le dejara probar otras disciplinas deportivas, y menos aún que
no le dejara jugar en la calle. ¿Ha probado a ver si le gusta el teatro, la
música, la pintura,…?
Su hijo solo es un niño que sueña
con ser futbolista…o astronauta, actor, médico y que aún no lo ha descubierto,
pero sí solo hace fútbol, si no se le dota de otras especialidades deportivas o
educativas, sí se le otorga solamente una opción, las posibilidades de triunfar
serán escasas porque al fútbol se juega con la cabeza y no con los pies. Con
esa cabeza llena de juegos, habilidades; habiendo solucionado problemas con sus
propios amigos y no con los gritos de su “entrenador” --detesto la palabra
entrenador para un niño-- y que solo puede descubrir por sí mismo como lo hemos
hecho todos.
Ya no disfrutan en la calle con
juegos populares de antaño, no desarrollan la capacidad de imaginar lo que podría
pasar, pues están sometidos a unas directrices estáticas y esclavas de las corrientes
educativas de la superproducción de nuestro mundo; ahora no quieren ser
futbolistas, quieren ser estrellas del balompié, que es muy diferente, y todo
ello con la “estimable ayuda” de los padre --no todos, claro está-- que se
enfadan, han leído bien, se enfadan si fallan un gol o pierden la pelota como
si fuera lo más importante de la vida.
JUGAR, esa es la palabra clave.
Dejen que jueguen, se diviertan, aprendan sin reproches y descubran por si
mismos si el fútbol lo han elegido ellos o se lo han impuesto y desean dejarlo
para catar otras modalidades.
No soy dado a contar experiencias
propias por estos lares pero haré una excepción por esta vez.
Un día, después de un
entrenamiento, llegué a casa y le comenté a mi padre: -Papá, mañana debuto con
el Sevilla F.C., a lo que mi padre contestó -¿Y no estas ya en el Sevilla? –Si papá,
pero en el grande –Muy bien hijo, pues diviértete y ¿puedo ir a verte? fue la
réplica de mi padre.
Me divertí muchísimo no le quepa
duda, y a la salida del estadio Ramón Sánchez Pizjuán me dijo:
-Enhorabuena has
jugado muy bien, lástima el empate. ¿Te vas en tu coche o te vienes conmigo?
Mi padre nunca quiso a un futbolista profesional, solo quiso
a un hijo.
Hércules C.F. Estadio Rico Pérez. Temporada 05/06. Manuel
Asián Durán e hijo.
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